sábado, 8 de abril de 2017

De la Patagonia a Puerto Madero, cinco días en el Rainbow Warrior



07/04/2017 - Clarin.com Sociedad


                                                        Viaje contracorriente a bordo del barco que pelea por la naturaleza. El buque insignia de Greenpeace es una máquina sustentable que navegó durante 40 años. Clarín recorrió 1.200 kilómetros de mar argentino junto a la tripulación. Desde el jueves, está amarrado en Dársena Norte y puede ser visitado. 

Viaje contracorriente a bordo del barco que pelea por la naturaleza
El Rainbow Warrior, emblemático barco de Greenpeace, llegó a Buenos Aires. 

Medio Ambiente

​El 15 de julio de 1985, dos agentes del servicio secreto francés colocaron bombas submarinas y hundieron al barco ambientalista Rainbow Warrior (Guerrero del Arcoiris) cuando se disponía a protestar contra las pruebas nucleares en el Atolón de Mururoa, en la Polinesia Francesa. Murió un fotógrafo portugués al intentar salvar las cámaras de su camarote y el mundo se estremeció al enterarse de que había sido un gobierno, el francés, el autor del atentado. Pero el hundimiento no hizo más que potenciar la adhesión ecologista y el buque de Greenpeace, claro, resurgió para convertirse en leyenda.



La historia lo hizo evolucionar a nave de última generación. Hoy, tiene 58 metros de eslora, dos mástiles de 55 metros, cinco velas. Navega a 15 nudos (27 km/h). El 80% de su trajín es a vela. Está provisto de dos gomones zodiac de 7 metros para persecución o rescate, otro más pequeño para las inmersiones de buzos y cuenta con un helipuerto. Es un barco de acciones y denuncia, que jamás descansa.

El jueves atracó en el Puerto de Buenos Aires, proveniente del Estrecho de Magallanes. En el fin del mundo, protestó por la introducción de una especie exótica: el salmón para la cría industrial, cuya forma de producción en jaulas y con antibióticos -denuncia Greenpeace- genera la muerte de especies y contamina el lecho marino. De allí viene el Rainbow Warrior. Aquí, en la Dársena Norte de Puerto Madero, estará abierto al público para ser visitado de manera gratuita hoy y mañana, y desde el 13 al 16 de abril. Luego zarpará a Brasil, para internarse en el Amazonas, en una nueva acción de protesta. Clarín se embarcó en el mítico guerrero, y navegó las 647 millas náuticas (1.200 km) por el mar Argentino: de Puerto Madryn a Buenos Aires.



Desde el muelle, anclado mar adentro, se ve su distintivo caso verde, con un arcoiris y la paloma de la paz estampadas en su proa. El Rainbow Warrior se recorta sobre los tonos celestes y azulados del mar del Golfo Nuevo, morada de pingüinos, orcas, ballenas y lobos marinos. El cielo regala otra imagen: petreles, chorlos, gaviotas cocineras y albatros sobrevuelan alrededor de la nave. Pep Barbal Badia, su capitán catalán, recibe al equipo de Clarín. “Ha recorrido los siete océanos pero aún le quedan muchos sitios por conocer”, dijo a modo de bienvenida. “Ya son tres campañas embarcado en el Rainbow Warrior, y todas han sido muy intensas”, agrega.

Cinco jornadas bastarán para vivenciar—a pesar de las 15 nacionalidades de los tripulantes— lo que es convivir en perfecta en armonía, con la gente y con el ambiente. Es que a bordo aúnan los mismos valores: el respeto por todos los seres vivos de la tierra. “Aunque defender el planeta parece una causa perdida, llevamos mucho tiempo luchando contra lo imposible. Y soñar que haremos cosas imposibles es mucho más divertido”, dice Emili Trasmonte, primer oficial del Rainbow Warrior, en un momento de distensión, mientras la nave marcha, a contracorriente, rumbo a Buenos Aires.



Pocos barcos son tan gráciles en su navegar y tan afables con el mar. El bajo consumo de combustible, su sistema de propulsión eléctrico (10 nudos en solo 300 kilovatios), el procesamiento de aguas, el reciclado de materia, la compra planificada de vegetales, frutas, granos y materia prima a pequeños productores cuando el barco hace escala, sumado a la disciplina y el profesionalismo de la tripulación, proyectan una idea de eficiencia pocas veces vista.

Los embarques de los tripulantes, hombres y mujeres, todos marinos profesionales, son de tres meses pero, para no romper el espíritu de camaradería, nunca desembarcan al mismo tiempo. Rotan de forma gradual. Dos voluntarios se suben como marineros o ayudantes de cocina en cada país donde el barco amarra. Para ganarse ese lugar, deben haber pasado varios años de voluntariado, además de demostrar cualidades excepcionales en lo profesional y en lo humano. Será por eso que prima la conciencia de equipo. Es una armonía sin quebrantos. "Para Greenpeace es una batalla pacífica, para mí es una batalla de amor porque somos la voz de la tierra", dice Daniel Bravo Garibi, jefe de cocina del barco.

Las reglas a bordo tienen un rigor prusiano y los horarios se respetan con precisión suiza. A las 7.30 el marinero de guardia toca diana. A las 8 todos deben haber desayunado. De 8 a 10 se limpia el barco (periodistas incluidos), a las 12 se almuerza. A las 15 hay un descanso breve para café. A las 18 se cena. Luego, la tripulación se distiende en el Heli-deck (cubierta de helicóptero), excepto la dupla de oficial y marinero que les toque hacer guardia en el puente de navegación, y que rotan por turnos de cuatro horas. El Guerrero del Arcoiris nunca se detiene.

Los cinco días de travesía transcurrieron con diversidad de climas y mares cambiantes. A la altura de Necochea, dos cardúmenes de unos cien delfines, nadaban como flechas de mar para alcanzar la proa del barco. Mostraron su destreza y tenacidad al saltar, y surfearon y jugaron con las olas que se abrían a babor y a estribor. Persistentes, escoltaron al Rainbow Warrior. Fue un espectáculo inolvidable. También, quedará impreso en las retinas, el plancton fosforescente sobre las olas que por las noches, el resplandor de una luna en cuarto creciente iluminaba. Pero, sobre todo, el navegar acompasado y sereno, de este incansable guerrero que se abre paso en todo mar.

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