jueves, 27 de enero de 2011

RABRINDANATH TAGORE

Juan Yáñez
" ¡Bendito aquel cuya fama no brilla más que su verdad! "
(Rabindranath Tagore: Pájaros Perdidos)
Tagore y Victoria Ocampo
en Las Barrancas de San Isidro

RABINDRANATH TAGORE visitó Argentina en 1924 a instancias de Victoria Ocampo y se relacionó con ella en los últimos diecisiete años de su vida. En aquella ocasión se alojó en la casa de la escritora en las Barrancas de San Isidro, Buenos Aires,  frente al Río de la Plata, que aún se conserva, juntamente con un parque público que desciende hacia el estuario.


Un excelente y extenso artículo sobre el tema se encuentra publicado en la Web, con abundante material gráfico. (escrito en inglés):  parabaas.com  special rabindranath tagore section, titulado “Sobre la pista de Rabindranath Tagore y Victoria Ocampo. Firmado por Ketaki Kushari Dyson.


                                                 Rabindranath Tagore fue el escritor y poeta más relevante de la India. De origen bengalí, fue una respetable y digna personalidad  dentro de la literatura universal y nos permitimos recordarlo en esta nota  para celebrar su exquisita sensibilidad poética.  Pocos poetas han cultivado este estilo tan rico en tradiciones y cultos, propio de las culturas de origen oriental.  Podríamos decir que era ante todo un filósofo místico que se expresaba poéticamente. Un artista de sutil inspiración, de una inagotable y asombrosa  capacidad poética y de una fecundidad literaria aún no dimensionada en su totalidad.  Escribió más de ciento cincuenta mil líneas en verso y quizás el doble en prosa. Europa reconoció en este escritor,  la mayor capacidad de transmitir  en  occidente, los misteriosos valores de una de las más antiguas literaturas que han existido. Nacido en Calcuta, la capital bengalí, en 1861, vástago de una acomodada familia brahmín, cultora de las artes y de la intelectualidad. Ya de niño se interesó en recopilar las viejas tradiciones literarias y poéticas de la antigua India. Estudia a los poetas de la época medieval de Bengala y con ellos se inspira para escribir con una sentida lírica. En sus comienzos la naturaleza lo motiva, lo emociona y apunta unos versos de una espontaneidad elemental y de una dulce ingenuidad. Escribió en su lengua madre, el Bengalí y empleo muchas veces expresiones arcaicas y también coloquiales y familiares de su idioma. Asimismo escribió directamente en inglés, pero es en bengalí su producción mayoritaria y que ha sido traducida al inglés y a otras lenguas. En muchas ocasiones el mismo Tagore oficia de traductor. Los versos del poeta tienen un particular ritmo declamatorio que solo es posible apreciarlo en su lengua original, el bengalí como más arriba hemos dicho. Sin embargo sus obras han sido fielmente traducidas a diversos idiomas para merecer ser consideradas ampliamente calificadas. En 1913 Rabindranath Tagore fue elegido Premio Nobel de Literatura. En aquellos años, para en gran público lector,  su figura no tenía la dimensión que vendría después. Era razonable porque un importante caudal de literatura y escritores occidentales dominaban el flujo editorial. Solo aquellos eruditos o estudiosos de otras culturas descubrieron a este poeta aún no consagrado y ajeno a la cultura de occidente. En aquella época la Institución Nobel se ceñía más fielmente a los principios de su creador. Alfredo Nobel había establecido que su premio sobrepasara la mención honorífica sino que estimulara e impulsara  materialmente al  talento creador. Sin duda Tagore al ser distinguido, renovó el espíritu de los postulados de la institución sueca y a la vez hizo crecer su prestigio a pesar de ser el primer escritor no europeo en alcanzar la distinción  Poetas de esta dimensión merecen ser recordados para mantener vivo el mensaje de su poesía, nosotros los que ya alcanzamos la tercera edad al releer su obra revivimos emociones pasadas que nos estimulaban y aún nos estimulan el espíritu. Por toda la virtud que posee la poesía es necesario que las nuevas generaciones hagan un lugar de su tiempo, ahora excesivamente dedicado a la  tecnología,  para descubrir aquello que no pueden las máquinas producir y que si falta perderíamos la belleza de la vida.  Por allí y desde hace unos años hay quienes consideran eliminar las materias humanísticas de los pensums de estudio de la escuela media, para ocupar ese tiempo en las materias técnicas. Ellos olvidan que la Civilización se construyó sobre la cultura y el pensamiento, que brotó de seres con un profundo amor a la Creación. La Ciencia y las Humanidades deben ir siempre tomadas de la mano. Una necesita de la otra y ambas fortalecen nuestra naturaleza y hacen que la vida prosiga su itinerario hacia lo excelso. Ese es nuestro destino…

"No te vayas tú, amor mío, sin decírmelo…Toda la noche he estado despierto, y ahora los ojos se me rinden. ¿Te irás, dí mientras duermo? ¡No te vayas tú amor mío, sin decírmelo!

Me despierta el sobresalto, tiendo a ti mis manos, ¡y te toco!  Y me digo: “¿Es un sueño?” ¡Hay si pudiera enredar tus pies en mi corazón y amarrarte a mi pecho!... ¡No te vayas tú, amor mío, sin decírmelo! " De “EL Jardinero” de Rabindranath Tagore. (traducida por Zenobia Camprubí de Jimenez, esposa de Juan Ramón Jimenez)   
La Villa Ocampo en la actualidad. Allí se alojo Tagore y otros muchos intelectuales de todo el mundo.
Hoy su propiedad es de la UNESCO y se halla ubicada en Beccar, partido de San Isidro, Pcia. de Buenos Aires Argentina
Material gráfico: vidanoveladablogspot.com   amigosdeindia.org   gsat.tv

    

sábado, 1 de enero de 2011

SENNIN, EL APRENDIZ DE BRUJO


El aprendiz de brujo

Sennin


Incluido en la Antología de la literatura fantástica, de Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares (1940). A partir de la edición de Sudamericana, en 1965, el libro ha sido reiteradamente reeditado. Sin mención de traductor.

Según la tradición china, el sennin es un ermitaño sagrado que vive en la montaña y tiene poderes mágicos, como volar cuando quiere y disfrutar de una extrema longevidad.


Viernes 31 de diciembre de 2010  LA NACIÓN Buenos Aires.
Publicado en edición impresa.

Por Ryunosuke Akutagawa
Un hombre que quería emplearse como sirviente llegó una vez a la ciudad de Osaka. No sé su verdadero nombre. Lo conocían por el nombre de su sirviente, Gonsuké, pues él era, después de todo, un sirviente para cualquier trabajo.
Este hombre -que nosotros llamaremos Gonsuké- fue a una agencia de COLOCACIONES PARA CUALQUIER TRABAJO y le dijo al empleado que estaba fumando su larga pipa de bambú:
-Por favor, señor Empleado, yo desearía ser un sennin. ¿Tendría usted la gentileza de buscar una familia que me enseñara el secreto de serlo, mientras trabajo como sirviente?
El empleado, atónito, quedó sin habla durante un rato, por el ambicioso pedido de su cliente.
-¿No me oyó usted, señor Empleado? -dijo Gonsuké-. Yo deseo ser un sennin. ¿Quisiera usted buscar una familia que me tome de sirviente y me revele el secreto?
-Lamentamos desilusionarlo -musitó el empleado, volviendo a fumar su olvidada pipa-, pero ni una sola vez en nuestra larga carrera comercial hemos tenido que buscar un empleo para aspirantes al grado de sennin. Si usted fuera a otra agencia, quizá...
Gonsuké se le acercó más, rozándolo con sus presuntuosas rodillas, de pantalón azul, y empezó a argüir de esta manera:
-Ya, ya, señor, eso no es muy correcto. ¿Acaso no dice el cartel COLOCACIONES PARA CUALQUIER TRABAJO? Puesto que promete cualquier trabajo, usted debe conseguir cualquier trabajo que le pidamos. Usted está mintiendo intencionalmente, si no lo cumple.
Frente a un argumento tan razonable, el empleado no censuró el explosivo enojo:
-Puedo asegurarle, señor Forastero, que no hay ningún engaño. Todo es correcto -se apresuró a alegar el empleado-, pero si usted insiste en su extraño pedido, le rogaré que se dé otra vuelta por aquí mañana. Trataremos de conseguir lo que nos pide.
Para desentenderse, el empleado hizo esa promesa y logró, momentáneamente por lo menos, que Gonsuké se fuera. No es necesario decir, sin embargo, que no tenía la posibilidad de conseguir una casa donde pudieran enseñar a un sirviente los secretos para ser un sennin . De modo que al deshacerse del visitante, el empleado acudió a la casa de un médico vecino.
Le contó la historia del extraño cliente y le preguntó ansiosamente:
-Doctor, ¿qué familia cree usted que podría hacer de este muchacho un sennin , con rapidez?
Aparentemente, la pregunta desconcertó al doctor. Quedó pensando un rato, con los brazos cruzados sobre el pecho, contemplando vagamente un gran pino del jardín. Fue la mujer del doctor, una mujer muy astuta, conocida como la Vieja Zorra, quien contestó por él al oír la historia del empleado.
-Nada más simple. Envíelo aquí. En un par de años lo haremos sennin .
-¿Lo hará usted realmente, señora? ¡Sería maravilloso! No sé cómo agradecerle su amable oferta. Pero le confieso que me di cuenta desde el comienzo de que algo relaciona a un doctor con un sennin .
El empleado, que felizmente ignoraba los designios de la mujer, agradeció una y otra vez, y se alejó con gran júbilo.
Nuestro doctor lo siguió con la vista; parecía muy contrariado. Luego, volviéndose hacia la mujer, la regañó, malhumorado:
-Tonta, ¿te has dado cuenta de la tontería que has hecho y dicho? ¿Qué harías si el tipo empezara a quejarse algún día de que no le hemos enseñado ni una pizca de tu bendita promesa después de tantos años?
La mujer, lejos de pedirle perdón, se volvió hacia él y graznó:
-Estúpido. Mejor no te metas. Un atolondrado tan estúpidamente tonto como tú apenas podría arañar lo suficiente en este mundo de te comeré o me comerás, para mantener alma y cuerpo unidos.
Esta frase hizo callar a su marido.
A la mañana siguiente, como había sido acordado, el empleado llevó a su rústico cliente a la casa del doctor. Como había sido criado en el campo, Gonsuké se presentó aquel día ceremoniosamente vestido con haori y hakama , quizás en honor de tan importante ocasión. Gonsuké aparentemente no se diferenciaba en manera alguna del campesino corriente: fue una pequeña sorpresa para el doctor, que esperaba ver algo inusitado en la apariencia del aspirante a sennin . El doctor lo miró con curiosidad, como a un animal exótico traído de la lejana India, y luego dijo:
-Me dijeron que usted desea ser un sennin , y yo tengo mucha curiosidad por saber quién le ha metido esa idea en la cabeza.
-Bien, señor, no es mucho lo que puedo decirle -replicó Gonsuké-. Realmente fue muy simple: cuando vine por primera vez a esta ciudad y miré el gran castillo, pensé de esta manera: que hasta nuestro gran gobernante Taiko, que vive allá, debe morir algún día; que usted puede vivir suntuosamente, pero aun así volverá al polvo como el resto de nosotros. En resumidas cuentas, que toda nuestra vida es un sueño pasajero... justamente lo que sentía en ese instante.
-Entonces -prontamente la Vieja Zorra se introdujo en la conversación-, ¿haría usted cualquier cosa con tal de ser un sennin ?
-Sí, señora, con tal de serlo.
-Muy bien. Entonces usted vivirá aquí y trabajará para nosotros durante veinte años a partir de hoy y, al término del plazo, será el feliz poseedor del secreto.
-¿Es verdad, señora? Le quedaré muy agradecido.
-Pero -añadió ella- de aquí a veinte años usted no recibirá de nosotros ni un centavo de sueldo. ¿De acuerdo?
-Sí, señora. Gracias, señora. Estoy de acuerdo en todo.
De esta manera empezaron a transcurrir los veinte años que pasó Gonsuké al servicio del doctor. Gonsuké acarreaba agua del pozo, cortaba la leña, preparaba las comidas y hacía todo el fregado y el barrido. Pero esto no era todo: tenía que seguir al doctor en sus visitas, cargando en sus espaldas el gran botiquín. Ni siquiera por todo este trabajo Gonsuké pidió un solo centavo. En verdad, en todo el Japón no se hubiera encontrado mejor sirviente por menos sueldo.
Pasaron por fin los veinte años y Gonsuké, vestido otra vez ceremoniosamente con su almidonado haori como la primera vez que lo vieron, se presentó ante los dueños de casa.
Les expresó su agradecimiento por todas las bondades recibidas durante los pasados veinte años.
-Y ahora, señor -prosiguió Gonsuké-, ¿quisieran ustedes enseñarme hoy, como lo prometieron hace veinte años, cómo se llega a ser sennin y alcanzar juventud eterna e inmortalidad?
-Y ahora ¿qué hacemos? -suspiró el doctor al oír el pedido. Después de haberlo hecho trabajar durante veinte largos años por nada, ¿cómo podría en nombre de la humanidad decir ahora a su sirviente que nada sabía respecto al secreto de los sennin ? El doctor se desentendió diciendo que no era él sino su mujer quien sabía los secretos.
-Usted tiene que pedirle a ella que se lo diga -concluyó el doctor, y se alejó torpemente.
La mujer, sin embargo, suave e imperturbable, dijo:
-Muy bien, entonces se lo enseñaré yo; pero tenga en cuenta que usted debe hacer lo que yo le diga, por difícil que le parezca. De otra manera, nunca podría ser un sennin ; y además tendría que trabajar para nosotros otros veinte años, sin paga. De lo contrario, créame, el Dios Todopoderoso lo destruirá en el acto.
-Muy bien, señora, haré cualquier cosa por difícil que sea -contestó Gonsuké. Estaba muy contento y esperaba que ella hablara.
-Bueno -dijo ella-, entonces trepe a ese pino del jardín.
Desconociendo por completo los secretos, sus intenciones habían sido simplemente imponerle cualquier tarea imposible de cumplir para asegurarse sus servicios gratis por otros veinte años. Sin embargo, al oír la orden, Gonsuké empezó a trepar al árbol, sin vacilación.
-Más alto -le gritaba ella-, más alto, hasta la cima.
De pie en el borde de la baranda, ella erguía el cuello para ver mejor a su sirviente sobre el árbol; vio su haori flotando en lo alto, entre las ramas más altas de ese pino tan alto.
-Ahora suelte la mano derecha.
Gonsuké se aferró al pino lo más que pudo con la mano izquierda y cautelosamente dejó libre la derecha.
-Suelte también la mano izquierda.
-Ven, ven, mi buena mujer -dijo al fin su marido, atisbando las alturas-. Tú sabes que si el campesino suelta la rama caerá al suelo. Allá abajo hay una gran piedra y, tan seguro como yo soy doctor, será hombre muerto.
-En este momento no quiero ninguno de tus preciosos consejos. Déjame tranquila. ¡Eh, hombre! Suelte la mano izquierda. ¿Me oye?
En cuanto ella habló, Gonsuké levantó la vacilante mano izquierda. Con las dos manos fuera de la rama, ¿cómo podría mantenerse sobre el árbol? Después, cuando el doctor y su mujer retomaron aliento, Gonsuké y su haori se divisaron desprendidos de la rama, y luego... y luego... Pero ¿qué es eso? ¡Gonsuké se detuvo! Se detuvo en medio del aire, en vez de caer como un ladrillo, y allá arriba quedó, en plena luz del mediodía, suspendido como una marioneta.
-Les estoy agradecido a los dos, desde lo más profundo de mi corazón. Ustedes me han hecho un sennin -dijo Gonsuké desde lo alto.
Se lo vio hacerles una respetuosa reverencia y luego comenzó a subir cada vez más alto, dando suaves pasos en el cielo azul, hasta transformarse en un puntito y desaparecer entre las nubes.

Material gráfico: lanacion.com    temakel.com