![]() |
La Sra. Merkel observando sin el menor disimulo, los tacones de Cristina |
domingo, 9 de septiembre de 2012
Angela (Merkel) fue una chica divertida (Artículo publicado en El País de Madrid)
Interesante esta nota sobre la Sra. Angela Merkel, la canciller alemana, digna del mejor elogio, que invitamos a los lectores que por WEB exploran, a leerlo. Nuestro BLOG está orientado para la publicación de información o cualquier otro material que tenga que ver con la Argentina, nuestro país de origen. En esta oportunidad no no alejaremos de ese propósito, porque estimamos establecer una comparación con nuestra presidente, la Sra. Cristina de Kirchner, la cual luce francamente imprecisa y confusa (por decir lo menos) en sus actos de gobierno. Solo la personalidad de la Sra. Merkel, (según nuestro entender) sería suficiente para envidiar a los ciudadanos alemanes, por la gobernante que han elegido. Por nuestra parte consideramos como válido, aquel aforismo que dice: "cada pueblo tiene el gobierno que se merece". Los alemanes saben de ello, porqué no deben olvidar que en su historia existen motivos suficientes para reflexionar sobre la conocida expresión.
Trabajó de
camarera en una discoteca y vivió de okupa en Berlín durante parte de su
juventud
Aunque el jueves
comió con Rajoy, lo que realmente le gustaría es cenar con Vicente del Bosque
Así era la
canciller Merkel cuando no vivía bajo la atenta mirada de todo el planeta
Angela Merkel,
fotografiada en 1993, cuando era ministra de Juventud y Familia con el
canciller Helmut Kolh. / ULRICJ BAUMGARTEN (GETTY)
Todas las mañanas,
Angela Merkel prepara el desayuno de su marido, calibra el comportamiento del
euro en la apertura de los mercados y pasa a deglutir balances económicos y
rivales políticos con la misma premiosidad con la que escancia café sobre la taza
de su taciturno consorte, Joachim Sauer, un
talento en química cuántica. La amorosa rutina de primera hora, confesada a
corresponsales diplomáticos hace un año, durante vuelo oficial de Nigeria a
Berlín, convive con su peligroso autoritarismo y un refinado gusto por el
estofado de conspirador, preferiblemente de su partido, la Unión Demócrata
Cristiana (CDU), según el libro La madrina,publicado a finales de
agosto por Gertrud Höler, adscrita a la vieja guardia oficialista. La canciller
alemana, de 58 años, disfruta cocinando sopa de patata y ganso con ciruelas
pasas; se extasía con la ópera El holandés errante, de Richard Wagner, y, aunque cueste
trabajo imaginarla de mandil, fue camarera, y okupa en un edificio de
apartamentos de la Alemania comunista. Fue una chica divertida dentro de un
orden.
La septuagenaria Höler, de cuyo asesoramiento prescindió Merkel
hace tres años, nada dice sobre la atribuida ternura doméstica de la mujer más
poderosa del mundo, ni sobre su jovialidad en tertulias de cerveza y vino;
tampoco recrea las excursiones en bicicleta o sus largas caminatas con Joachim.
El libro se adentra en su perfil político con resentimiento: casi convoca a la
rebelión al presentarla ajena a los valores de la democracia, ególatra y
ladrona de ideas. Su desaforada ambición trasciende fronteras y debiera
preocupar a los gobernantes de la Unión Europea porque preludia el advenimiento
en Alemania de una autocracia nueva y sutil, según la autora. “Es masculina y
fría hasta para elegir vestuario”. No siempre. Invitada por el rey Harald V de
Noruega, en abril de 2008 acudió a la inauguración de la nueva ópera de Oslo
con un escote tan pronunciado, con una bahía
tan redonda y desnuda, que los flases de los fotógrafos reventaron antes de
tiempo. Un político local aprovechó el descoque para anunciarse en campaña:
“Tenemos más que ofrecer”.
Es improbable que
hubiera ofrecimiento en el sex appeal de la obertura operística porque
Angela Merkel riñe con la lujuria, y porque, sometida desde niña a la
vigilancia del padre, un estricto párroco luterano, se confiesa impelida por la
fe cristiana, y no por las flaquezas de la carne. “La religión es la base sobre
la que yo y muchos otros contemplamos la sacrosanta dignidad del ser humano.
Nos vemos como la creación de Dios, y eso guía nuestras acciones políticas”.
(…) La fe en Dios me facilita muchas decisiones políticas”. Debió encomendarse
al Altísimo para no blasfemar en lombardo cuando el diario The Sun publicó, en 2006, unas fotos del pompis presidencial al aire,
parcialmente expuesto durante el cambio de bañador de unas vacaciones
italianas.
No caben en su
mentalidad ni el biquini, ni invasiones de la intimidad del calibre británico,
ni menos las procacidades telefónicas sobre su anatomía grabadas a Silvio Berlusconi por la
policía. Más proclive a la toca que al pareo, Merkel solo husmea a fondo en los
presupuestos de la zona euro y en las intenciones de los maquinadores
cortesanos, pocos y valientes, porque quien asome la cabeza en su presencia
corre el peligro de perderla. La canciller alemana no parece haberla perdido
nunca excepto cuando, hace más de tres décadas, dejó a su primer marido, Ulrich
Merkel, pasmado y sin lavadora, la única pieza que se llevó del domicilio
compartido en el Berlín de la guerra fría.
Estudiante, como
ella, de Ciencias Físicas, le conoció durante un viaje a Moscú y Leningrado, y
aunque nada se sabe sobre las causas de la ruptura, cabe suponer en Ulrich
algún atisbo de anarquía que desquició a una pareja incompatible con el
desbarajuste. Casada en 1977,
a los 23 años, se divorció en 1981. “Parece un poco
tonto, pero me casé porque todo el mundo se casaba. No fui al matrimonio con la
suficiente madurez”. Procedentes de Leipzig, los dos pipiolos habían llegado a
la capital para buscar un trabajo relacionado con sus licenciaturas en Físicas.
Afrontaban graves problemas de alojamiento, pues el organismo encargado de
asignar viviendas solo lo hacía cuando los solicitantes tenían empleo, del que
carecían.
La ecuación era
retorcida: daban trabajo a quien tenía piso, y piso a quienes ya vivían en la
ciudad. La Administración municipal suponía que muchos resolverían
“creativamente” el déficit habitacional, porque su burocracia era caótica,
según justificó Merkel en una entrevista con Süddeutsche Zeitung. Tras el divorcio, se lio la manta a la
cabeza y okupó un piso vacío en el número 24 de la
calle Marienstrasse de Berlín. Más adelante, instaló la lavadora de autos en
otro más espacioso, también sin amueblar. Allí vivió decentementedurante una temporada, sin
las orgías y fumaderos de las comunas del Berlín occidental, y criticando lo
justo a Erich Honecker, último jefe de la RDA antes de la caída del Muro, en
1989.
La reseña publicada por Angela Merkel en la revista feminista Emma en
1993, hace casi tres decenios, siendo ministra de Juventud y Familia con el
canciller Helmut Kolh (1982-98), demostró ductilidad, electoralismo y oportuno
sentido del humor. Las tareas reservadas al marido debieran ser “limpiar y
fregar el retrete”. No cabía otra ironía en una publicación alzada en armas
contra el machismo y el sometimiento de la mujer. A propósito de la
emasculación del maltratador John Bobbitt por su esposa, Lorena, la fundadora
de la revista, Alice Schwarzer, escribió: “Desarmó a su marido. Una lo ha
logrado. Una que contraataca. A las víctimas no les queda otra opción. Al fin”.
La señora Merkel nunca redujo a su marido a la condición de
fregona, ni ella adoptó automatismos sumisos en el reparto de las tareas
domésticas del matrimonio, domiciliado en el Berlín elegante, en un piso
propiedad de una inmobiliaria de matriz española. Una empleada se ocupa de su
mantenimiento. Pero no todos los hombres y mujeres son como Joachim y Angela.
Después de su viaje oficial a Nigeria, la gobernante recordó haber preguntado
al presidente del país africano, si le gustaba cocinar.
Goodluck Jonathan se rió abiertamente como diciendo “qué cosas
tienes usted. ¿Yo, un hombre hecho y derecho preparando el desayuno de mi
mujer?. Ni hablar”. Cuando Merkel le dijo que a ella le gustaba preparar el
desayuno de su marido, el jefe nigeriano se levantó de la silla, alzó la copa y
propuso un brindis de este tenor: “que las mujeres nigerianas sigan el ejemplo
de nuestra invitada y todas las mañanas preparen el desayuno a sus hombres”.
¿Cuál fue la
principal ilegalidad de Merkel en la capital? No registrar su nuevo domicilio
en la comisaría de policía como es preceptivo. No hubo muchas más. “Transferí
normalmente el alquiler a la Administración municipal de vivienda. Por aquel
entonces, cualquier dinero era bienvenido”. No tuvo mucho durante sus 35
primeros años de vida en la República Democrática Alemana, donde dedicó más
tiempo al ganchillo que al activismo anticomunista y la rebeldía antisistema.
Durante la histórica jornada del derrumbe, la hija del párroco respetó su
tonificante sauna diaria, y solo al anochecer se acercó al Berlín libre. “Llamé
a mi madre para recordarle el pacto que hicimos: iríamos al hotel Kempinskin a
comer ostras”, contó a The New York Times.
En sus años
errabundos, la chica del Este vestía vaqueros Levi’s, y trabajó de camarera en
una discoteca. Recibía un extra por cada consumición: una especie de descorche
simpático, sin malicia. Debió de ser pizpireta y repartir sonrisas a destajo,
pues el sobresueldo casi igualaba su salario mensual, según sus confidencias a
Patricia Lessnerkrausen, recogidas en el libro Merkel. Poder y política. Salía de marcha. “Era una chica alegre
y le gustaba bailar”. La jarana de soltera acabó en 1981, al conocer a Joachim,
entonces casado y con dos hijos, profesor en la Academia de Ciencias de Berlín,
con quien recobró el sosiego, las complicidades de pareja y el placer por la
lectura y el hervido de codillo. Se casaron en 1998. Durante muchos años, le
redactó la lista de la compra, y el científico la cumplimentaba todos los
viernes en un supermercado. El matrimonio vive hoy en el Berlín elegante, en un
piso propiedad de una inmobiliaria de matriz española.
Sin muros, ni
cárceles, la carrera de Merkel hacia el centro y el pragmatismo, hacia el poder
federal, comenzó en 1989. Fue una ascensión jalonada por los restos de los
hombres que menospreciaron su instinto político y sus temibles fauces. Tras
exhaustivas indagaciones en vecindarios, registros y allegados, los biógrafos
apenas si han encontrado locuras reseñables en la vida privada de Frau Merkel
más allá de la admitida barrabasada juvenil de arrastrarse dentro de una gruta
arbórea resinosa y pringar la sudadera. Más sugerente parece su sueño de mujer
futbolera: cenar con Vicente del Bosque. El
entrenador español tiene mucho terreno ganado con los dos europeos y el
Mundial, pero si acierta en la descripción matemática de la materia a escala
molecular, la canciller alemana es suya. La seriedad y la química cuántica
debieron de ser dos de las herramientas de Joachim Sauer para seducirla. El
actor norteamericano Dustin Hofman también le hace tilín.
En
la discoteca recibía un extra por cada consumición. Debió de ser pizpireta y
repartir sonrisas a destajo, pues el sobresueldo casi igualaba su salario
mensual de camarera
El corresponsal
diplomático de la revista Spiegel, Dirk Kurbjuweit, escribió hace un año que la
estereotipada imagen de la Merkel burócrata, gélida, distante, de pantalón y
chaqueta abotonada, es solo la cara de la moneda: la que quiere trasmitir al
mundo. “He viajado con ella muchos años, he participado en todas las
conversaciones off the record y la he observado”. ¿Qué descubrió
Kurbjuweit en el anverso? No mucho. Merkel no es un cascabel, aunque a corta
distancia, en grupos pequeños, puede mostrarse vehemente, dicharachera,
emocionada por la alegría y la tristeza. Los elementos dominantes de su
personalidad, al derecho y al revés, siguen siendo la distancia, el análisis y
el sentido de la observación, desarrollado en la Alemania de partido único y
policía política, donde convenía abrir bien los ojos y cerrar la boca.
El corresponsal la
vio llorar una vez, pero no de pena, sino de risa. El ataque sobrevino al
evocar un chusco episodio: los lituanos sospechaban que Bielorrusia estaba
construyendo una central nuclear cerca de sus fronteras, por lo que el primer
ministro de Lituania decidió comprobar sobre el terreno la veracidad de las
sospechas. Disfrazados de turistas, el gobernante y su familia se acercaron
pedaleando a la frontera con Bielorrusia, simulando observar la naturaleza. La
policía receló del dominguero pelotón y detuvo al primer ministro. Al llegar a
este punto del relato, Merkel comenzó a reírse a mandíbula batiente, a lágrima
viva. No podía hablar. Le parecía increíble, surrealista, desternillante, la
maniobra del mandatario báltico. La señora no es de carcajada frecuente, ni se
altera en público, como comprobó el camarero que en febrero derramó una cerveza
sobre su espalda. “¡Mierda!”, exclamó el chaval. Merkel se dio la vuelta y le
sonrió.
Nadie conoce su
entraña porque la oculta entre los silencios y la circunspección de su
comportamiento. No tiene ideología, sus valores son intercambiables, y de nadie
se fía, le acusó Gertrud Höler en el libro del rencor. Meticulosa, obsesionada
por el detalle y el dato, trabajadora hasta la extenuación, puede hacer
bostezar al ministro de Sanidad mientras se sumerge en las cifras e informes de
su departamento. Y aunque a veces finja perplejidad, Merkel acudió a las
negociaciones con Rajoy y Monti sabedora de que la cara de María Dolores Amorós
incidió en el déficit fiscal, y al tanto de la evasión impositiva de las
tragaperras italianas.
Contrariamente a su
colmillo en los galimatías políticos, se mueve con desinterés por los
vericuetos de la moda pese a los avances de su ropero, atendido por los
talleres de Anna Von Griesheim y Bettina Schoenbach. Su reacción fue algo
destemplada cuando, hace años, alguien la citó desaliñada: “Me preocupo de
llevar un estilo práctico. El peinado tiene que mantenerse en su sitio doce
horas o más, y no puedo ir a empolvarme la nariz cada dos horas”. Nunca lo
hizo. No perdió el tiempo en coloretes y estilismos en su cabalgada hacia la
cancillería del Reich, siempre acechada por caimanes de corbata y gomina,
porque de haberlo perdido, no sería hoy la mujer que huele a poder y respeto,
según percibió el sindicalista Cándido Méndez, que la tuvo cerca.
Agadecimientos a: cuisans.com.ar bloglaverdad.es
Suscribirse a:
Entradas (Atom)