sábado, 1 de octubre de 2016

Un tercio de la población es esclava


La columna de Lanata

Jorge Lanata

Que haya un tercio de la población afuera de la economía no es nuevo. Lo nuevo es que siga sucediendo, gobierno tras gobierno, mentira tras mentira y que en el fondo nun ca importe lo suficiente.

Hace décadas que la ecuación del Sur del mundo es un tercio de la población fuera de la economía y dos tercios dentro. En el Norte hay pobreza, pero no hay miseria.

Miseria es lo que la academia bautizó como pobreza estructural. La miseria hiede, los ojos de la miseria miran distinto, la miseria tiene demasiado silencio.

He visto miseria en India, en Africa y, claro, en Formosa, Chaco, el Conurbano y tantos sitios. La existencia de un tercio de la población (el 32,2 por ciento, 13 millones de personas) ha dejado de ser un problema político para transformarse en un dilema moral.

La miseria no se oculta: la vemos todos los días, convivimos con ella aunque crucemos de vereda. Le tememos a la miseria nocturna, al abandonado que puede tomar venganza, al que en el fondo deseamos invisible.

Si la verdad es un sistema de círculos concéntricos donde el más chico es el menos cierto y el más grande el más verdadero, dedicamos estos días al círculo más pequeño: ver qué cosa es culpa de quién.

En términos políticos la discusión es válida, pero no lo es para el fondo de la cuestión. Es cierto, Cristina dijo en la FAO en Roma “Tenemos un índice de pobreza por debajo del 5%”.Eso sucedió el 8 de junio de 2015. El 9 de junio Aníbal Fernández se babeaba con otro de sus cínicos equívocos que quedó en la Historia: “Aunque te cueste aceptarlo Argentina tiene menos pobreza que Alemania”.

También es cierto que -aunque Macri haya intentado evadir el número -hay, desde su gestión,1.400.000 nuevos pobres. La búsqueda del culpable nunca tendrá resultados: cada bando se adjudicará la razón por cuestiones de fe.

La pobreza estructural nace en un sistema que la necesita: el clientelismo es la demostración más pornográfica de esa situación, esa relación que envilece a ambos: al Estado que da y al pobre que recibe a cambio de nada. El intendente que reparte puestitos que resultan, en el fondo, un subsidio de desempleo encubierto. Puestitos de unos pocos miles: los suficientes para que la mierda les llegue al cuello pero no los tape. Mano de obra barata para los actos, segunda o tercera generación de desocupados que se saben definitivamente afuera.

Los desafíos de la sociedad del conocimiento aumentaron esa grieta: en la Argentina la mitad de los chicos no termina el secundario y eso sin mencionar que los que la terminan pero no entienden lo que leen.

Es obvio que los gobiernos no pueden desinteresarse del problema, pero también lo es que toda la sociedad civil debiera actuar: un tercio de la población es esclava. ¿No alcanza para que hagamos algo?

Bancos con micropréstamos, cursos no ideológicos para terminar el secundario, planes de asistencia estatal que controlen si el que los recibe trabaja o estudia a cambio, modificación del presupuesto en función de la emergencia.


Que haya un tercio de pobres también habla de nosotros, dice que somos apáticos y desinteresados. ¿De qué sirve tener un Mercedes en una villa? Vivimos en un país donde la Justicia no funciona, donde la semana anterior discutíamos si estaba bien o mal matarnos entre nosotros. Un tercio de pobres es un problema que va más allá de la economía: si mañana Macri caminara sobre las aguas del Jordán y la recesión terminara, el problema del tercio de pobres no se evaporaría en unos meses. ¿No alcanzan 13 millones de personas para decidirnos a lanzar un plan urgente?