viernes, 25 de marzo de 2016

El autor de “El Principito” en Argentina



Juan Yáñez

                                “El Principito”, la obra que escribiera Antoine de Saint-Exupéry se ha convertido con el transcurrir de los años en un “best seller” de proporciones jamás logradas en todos los tiempos. La cifra de 140 millones de copias impresas desde su publicación en 1943, no deja de sorprender y nos lleva a confirmar que lo bueno perdura, se trate de literatura o las demás actividades humanas. En apariencia  se trata de un libro para niños, que trata temas inherentes a la infancia, esa etapa de la vida    donde nos nutrimos de las virtudes primarias donde el amor, la amistad, la camaradería, la franqueza, la lealtad, tienen toda la capacidad para hacernos disfrutar, vivir con ilusión e inocencia y aprender de la naturaleza de la vida. Fundamentalmente es  una crítica al hombre y a la civilización,  que se orienta a la pérdida de los valores más esenciales del ser humano, al subvalorar la natural y espontanea sabiduría de los niños. Esta cualidad subyace en su conciencia con la finalidad de convertirse en valiosa guía en la futura vida adulta, pero que irremediablemente perdemos al crecer. Los adultos tomamos como positiva una actitud seria, no sabemos disfrutar, porque olvidamos qué es lo verdaderamente importante: “Solo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”. Y es precisamente “el zorro”, personaje  de “El Principito” quien dice esta frase, ya que el aclara, que los hombres del mundo han olvidado esta verdad, y remarca que uno no debe olvidarla.

 Bien amigo lector, nada nuevo estamos agregando a lo que ya otros han escrito sobre esta obra. Su autor, el aviador que además de volar, en su corta vida, tuvo tiempo de escribir un libro de incuestionable trascendencia humanística, como lo es “El Principito”.

Muchos años atrás tuvimos oportunidad de visitar Concordia, ciudad de la Provincia de Entre Ríos, Argentina y haber escrito a posteriori sobre esa experiencia que publicamos en nuestra página web:  (lacolumnadepapel.blogspot.com) y titulamos: Castillo de San Carlos, Concordia, Entre Ríos, Argentina 

“Antoine de Saint Exupery aterriza en un prado próximo al Castillo.

De ellos surge otra historia que será la más recordada, la que más nos interesa y que recubre de un especial romanticismo por el personaje que comparte e interviene en ella.

Diversas cuestiones dan cuenta de que Antoine de Saint-Exupéry habría encontrado en Concordia su fuente de inspiración para escribir el best seller mundial titulado El Principito. 
El escritor francés pasó una estadía en el Castillo San Carlos, ubicado en el parque homónimo, a orillas del río Uruguay, y replicó en las páginas de su obra más famosa muchas de las experiencias que vivió en Concordia.  El Diario (Concordia)
29.09. 2013 

Fueron los Fuchs Balon (propietarios en aquella época del castillo) quienes coincidieron casualmente con el escritor francés  Antoine de Saint-Exupéry. Dice la historia que un día las hijas del matrimonio, quienes eran dos y cabalgando por los prados de la propiedad, contemplaron sorprendidas aterrizar una avioneta. El piloto que conducía la nave, era nada menos que Antoine de Saint-Exupéry, que en aquellos momentos se ocupaba de organizar una compañía de correo aéreo en la Argentina. Quizás lo sucedido  fue producido por una “panne” (percance aéreo) similar al que nos contara años más tarde en “El Principito”, su libro más célebre y recordado o porque le impresionó la belleza del lugar y decidió tocar tierra. Lo cierto es que a raíz de aquella experiencia y en honor y reconocimiento a las jóvenes que le recibieron en ese campo de aterrizaje improvisado, publica una nota alusiva en Paris, que titula “Las princesitas argentinas” y a posteriori también hace referencia de este hecho en su libro “Tierra de Hombres”, en el cual anota: «Había aterrizado en un campo y no sabía que iba a vivir un cuento de hadas, fue en un campo cerca de Concordia en la Argentina». Saint Exupery regresaría en otras oportunidades al lugar.

Epílogo

Visitamos el lugar en 1968, hasta buena parte de las ruinas (En 1938,  un misterioso incendio provocó la pérdida de todo lo que tenía valor en la casa, quedando en ruinas hasta la actualidad, ruinas que, nuevamente, recuperaron su valor.) se habían llevado de aquello tan magnífico y digno de conservarse  con el mayor orgullo y estima. En Europa aún se atesoran y preservan con el mayor celo y trascendental empeño edificaciones y objetos del pasado  Aún pudimos ver una placa que fuera colocada recientemente (en aquellos años) que hacía mención de la visita de Saint Exupery.”

 


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( En el hotel Ostende, localidad de igual nombre sobre la costa  atlántica argentina, cercana a Pinamar)

El Hotel Ostende tiene muchas anécdotas para contar. LA NACIÓN BS.AS. 15.12.2000

Parece que Antoine de Saint- Exupéry, autor de El Principito , pasó las temporadas de verano allí: dicen que la habitación 51 de la parte antigua es la que eligió para dormir.
La cama donde dormía
¿Por qué no pudo haber inspirado las dunas de El Principito en la dunas de Ostende?, se preguntan optimistas los que aman estos médanos y los llevan en el corazón.

Hasta una versión indica que fue en un papel con membrete del hotel donde el autor escribió sus primeros textos. Por todo esto y mucho más, este año el Concejo Deliberante de Pinamar declaró ciudadano ilustre post mórten a Antoine de Saint-Exupéry en el centenario de su nacimiento.

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 Los caminos de Saint Exupéry a su paso por Argentina

http://www.nationalgeographic.com.es/
8 de septiembre de 2012

Un itinerario temático revela algunas de sus más extremas aventuras, los lugares que recorrió desde el aire y su antiguo avión totalmente restaurado

"Me encontraba en Argentina como en mi propio país, me sentía un poco vuestro hermano y pensaba vivir largo tiempo en medio de vuestra juventud tan generosa", escribió Saint Exupéry en una carta, después de abandonar el país. Autor de novelas tan célebres como El principito (1943) o Vuelo nocturno (1931), Antoine de Saint Exupéry -llamado Saintex por sus amigos- nació en Lyon (Francia) en 1900, realizó su primer vuelo a los 11 años de edad y el 31 de julio de 1944 desapareció misteriosamente en un vuelo sobre el mar Mediterráneo, cerca de la costa de Marsella.

El escritor francés viajó por primera vez a Argentina a finales de los años 20, donde fue fundador y primer piloto de la Aeroposta Argentina, la primera compañía de aviación del país, que hace poco menos de un siglo se dedicaba fundamentalmente al transporte de correspondencia y en menor medida al de pasajeros. Saint Exupéry descubrió inhóspitos lugares del territorio que cautivaron su atención. La Cordillera de los Andes, los bosques, la estepa, los valles y las costas patagónicas fueron su gran pasión. En Buenos Aires escribió una de sus novelas, conoció a su gran amor y terminó con el aislamiento que padecían numerosos pueblos sureños. Llegó hasta el Fin del Mundo en la provincia de Tierra de Fuego y unió las localidades de Bahía Blanca, Viedma, Trelew, Puerto San Julián, Comodoro Rivadavia, Puerto Deseado y Río Gallegos. Fueron más de 15 meses de aventuras y viajes a lo largo del territorio argentino.

Desde el pasado 14 de agosto de 2012, un itinerario temático revela algunas de sus más extremas aventuras, los lugares que recorrió desde el aire y su antiguo avión, totalmente restaurado, se exhibe en los hangares que la Fuerza Nacional posee en la ciudad de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires.

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Saint Exupéry en la Patagonia



PATAGONIA-ARGENTINA.COM  24 de Marzo de 2016


Hace mas de 100 años, el 29 de junio de 1900 nacía en Lyon, Francia, Antoine de Saint Exupéry. El célebre autor de El Principito, estaba destinado a crear lazos de afecto, inspiración y amor con la Argentina, y en particular con nuestra Patagonia.

Saint Exupéry es uno de los escritores y viajeros famosos que han recorrido y reflejado en su obra esta porción del continente americano. Queremos recordar una pequeña porción de su vida, la que lo liga a esta región, tan lejana de su Francia natal, pero tan cercana en sus afectos, sus cartas y sus libros.

Saint Exupéry llegó a la Argentina el 12 de octubre de 1929, junto con Jean Mermoz y Guillaumet, sus compañeros en la aviación. Fue el fundador y primer piloto de la Aeroposta
Argentina, la primera compañía de aviación del país. Esta línea estaba dedicada fundamentalmente al transporte de correspondencia, el negocio de la época, aunque también llevaba, esporádicamente, pasajeros. El primer vuelo se realizó el 20 de octubre de 1929, entre Buenos Aires y Comodoro Rivadavia. Las escalas fueron en San Antonio Oeste, cuyo Aeródromo lleva hoy el nombre de Saint Exupéry, y Trelew, donde se cuenta que nuestro piloto recogió una foca.

Saint ExupéryLa impresión que le causaron los paisajes patagónicos aparece plasmada en su correspondencia. Leemos lo que escribe en una carta a su madre, intentando describir estos lugares desde el cielo:


Saint Exupéry a bordo“¡Qué bello país y cómo es de extraordinaria la Cordillera de los Andes! Me encontré a 6500 metros de altitud, en el nacimiento de una tormenta de nieve. Todos los picos lanzaban nieve como volcanes y me parecía que toda la montaña comenzaba a hervir…”

Sus funciones no se limitaban a los vuelos comerciales sino que también efectuó vuelos de reconocimiento, rondas de inspección y raids hasta Tierra del Fuego. Muchos de estos vuelos cotidianos, de 18 horas de duración, se realizaban de noche, lo que lo inspiró para comenzar a escribir, entre dos misiones, “un libro sobre el vuelo de noche”, el que será finalmente Vuelo Nocturno, publicado a su regreso en Francia, en 1931.

Saint Exupéry y su compañero 

En junio de 1930 se perdió en la cordillera su compañero Guillaumet, durante una tormenta. Por días y días, Saint Exupéry sobrevoló los Andes buscándolo o buscando alguna señal de él. Nadie quería acompañarlo en una excursión por tierra, ya que la sabiduría de los baqueanos dice que los Andes, en invierno, no devuelven a los hombres. Escribe, entonces, en una carta imaginaria a su amigo, que luego formará parte de su libro Tierra de Hombres:

“…Y cuando de nuevo me deslizaba entre los muros de los pilares gigantes de los Andes, me parecía que ya no te buscaba, sino que velaba tu cuerpo en silencio, dentro de una catedral de nieve…”

Increíblemente, después de cinco días de errar, el piloto fue encontrado sano y salvo. La historia de su travesía heroica en la cordillera, escuchada tantas veces por Saint Exupéry, está contada con lujo de detalles y poesía, en el mismo libro que mencionamos, Tierra de Hombres.

Isla de los Pájaros

En enero de 1931, después de quince meses de estadía en nuestro país, volvió a Francia. Su propósito, en principio era simplemente tomarse unas vacaciones, las que serían aprovechadas para casarse con una joven, Consuelo Suncin, que le había sido presentada en Buenos Aires. Estando en Europa, la compañía Aeropostal Argentina se declaró en quiebra y Saint Exupéry ya no volvería a la Argentina.

En 1943 escribiría su obra corta más conocida: El Principito, donde una de sus ilustraciones sobre una boa que traga un elefante tendría un parecido bastante particular con la silueta de la Isla de los Pájaros…

Su novela Vol de Nuit (Vuelo nocturno), que habla sobre los inicios del Servicio Postal Aéreo Sudamericano, fue llevada la pantalla grande por la compañía Metro Goldwym Meyer.

Su avión

Un avión modelo Laté 25El Laté 25, el avión utilizado por Antonio de Saint Exupéry en la Aeropostal Argentina, llegó a nuestro país en 1929, piloteado por el propio Saint Exupéry, a pedido de Jean Mermoz. Después de casi cuarenta años de abandono, ha sido restaurado, a principios de este año, respetando, en la medida de lo posible, los materiales originales de su construcción. Fue presentado en el mes de abril en los hangares de la Fuerza Aérea de la ciudad de Quilmes, Provincia de Buenos Aires, y allí se encuentra expuesto al público en general.

Este avión es un monoplano que podía transportar una tonelada de mercadería y recorrer una media de 5.000 km. sin dificultades. Puede servirnos como ejemplo del adelanto técnico que representaba para la época el saber que unía Buenos Aires con Comodoro Rivadavia a una velocidad promedio de 174 km/h.

El avión de Saint Exupéry antes de ser restaurado.
Entre las travesías más importantes que lo tuvieron como protagonista figura la inauguración de la ruta Bahía Blanca-Río Gallegos, dos ciudades que hasta entonces sólo podían unirse por mar.

Para terminar, sólo podemos añadir una frase de Jean Canesi, un autor francés que está de acuerdo con los comentaristas que dicen que fue en la Patagonia donde Saint Exupéry concibió el personaje de El Principito:

“En realidad no sería nada sorprendente, pues en esta región primitiva es muy fácil dormirse a mil leguas de cualquier lugar habitado, en el polvo, entre las manadas de ovejas y despertarse una mañana con una vocecita que nos dice “Por favor, ¡dibújame una Patagonia!”


Para Patagonia-Argentina.com, Marita Alasio.

domingo, 6 de marzo de 2016

Julián Centeya, el hombre gris de Buenos Aires




Manuel Adet

                                           Se dice que el poeta César Tiempo lo bautizó con el color gris. Para los neófitos, la grisura no tenía que ver con la mediocridad o el conformismo sino con la lluvia, la madrugada, la caída del crepúsculo contemplada desde algún cafetín y la soledad, esa soledad íntima, una soledad que es algo más que no estar acompañado por alguien.

Centeya no nació en Buenos Aires, pero se hizo porteño. Porteño de Boedo, su barrio del alma. Un Boedo que no empezaba en Rivadavia sino que nacía en avenida Independencia, cruzaba San Juan y moría en Puente Alsina, después de atravesar Chiclana. Murió un 26 de julio en su Buenos Aires querido. La fecha es la misma que la de Roberto Arlt y Evita. Las compañías no le deben haber disgustado. “¿Se nos fue o sólo se fueron sus huesos, sus angustias y sus arrugas?”, se pregunta uno de sus biógrafos.

Hoy podemos disfrutar de sus poemas recitados por él mismo, de su figura sobria, ascética y tanguera, de su gesto severo y recto, de ese tono de voz algo ronco, algo aguardentoso, inevitablemente tanguero. Hoy es un personaje de antología, pero hay que ser muy tanguero para recordarlo, mantener con el tango y su paisaje una relación especial, única.

Sus poemas circulan en ediciones viejas, en libros ajados. No hace mucho Norberto Galasso lo honró escribiendo su biografía, pero quienes lo conocieron aseguran que lo más valioso de Centeya no eran sus escritos, sino su charlas, sus charlas alrededor de una mesa de café, en la barra de algún cafetín o caminando por la calle una noche de garúa, cuando todo alrededor parece desplazarse con la morosidad de los sueños.

 Entonces era un placer o una lección de vida disfrutar del tono de su voz, de su manera de concebir la vida, de su impenitente bohemia de porteño solitario y perdedor.
Julián Centeya nació en la localidad italiana de Borgotaro, provincia de Parma, el 15 de octubre de 1910. Siempre recordó con afecto a su pueblo natal y a sus paisanos más célebres: Giuseppe Verdi y Arturo Toscanini. Su padre, “el tano laburante” del poema “Mi viejo”, se llamaba Carlos, Carlos Vergiati. Y era redactor del diario socialista “Avanti” dirigido por Benito Mussolini, cuando Mussolini era socialista y no fascista. “Verlo a mi viejo, un tano laburante/ que la cinchó parejo, limpio y claro/ y minga como yo, un atorrante/ que la va de sover y se hacer el raro”.

Su madre se llamaba Amelia. Después estaban sus dos hermanas y el perro, “Cri cri”. A él, el único hijo varón, lo bautizaron como Amleto (en homenaje a Hamlet) Enrique. Amleto Enrique Vergiati. Cuando empezaron los problemas políticos la familia se trasladó a Génova, y cuando la convivencia con el fascismo se hizo insoportable emigraron para la Argentina. Lo dice en el poema de homenaje a padre : “Vino en el Comte Rosso, fue un espiro/ tres hijos, la mujer, a más un perro/ como un tungo tenaz la fue de tiro/ todas se las aguantó, hasta el destierro”.

Los Vergiati llegaron a Puerto Nuevo y de allí se trasladaron a San Francisco. Don Carlos se ganaba la vida como carpintero porque ya no podía hacerlo como periodista. “Mi viejo carpintero era grandote/ y un cuore chiquilín, siempre en la vía/ su vida no fue más que un despelote/ y un poco, claro está, por culpa mía”.
En algún momento los Vergiati se fueron a vivir a Buenos Aires. Parque Patricios fue su primer destino. Allí estudió en el Colegio Abraham Luppi. Los estudios secundarios los inició en el Nacional Rivadavia ubicado en avenida Entre Ríos y Chile. Duró hasta tercer año. 

Después su universidad fue la calle, los bodegones rasposos, las pensiones de mala muerte, las redacciones de diarios y revistas que publicaban uno o dos números y luego cerraban perseguidos por los acreedores.
Para ese tiempo Boedo empezaba a ser su barrio. El barrio de sus recorridas y sus inspiraciones poéticas. Chamuyar en lunfardo, vivir como un tanguero y frecuentar los ambientes de la noche no se compadecen con el apellido Vergiati. Primero se llamó Enrique Alvarado y con ese nombre firmó su libro de poemas “Enfermería San Jaime”, un curioso y sugestivo reconocimiento al jazz y al clásico del género “Sain’t James infirmery”. 

Uno de sus poemas, tal vez el más célebre, se llama precisamente, “Sigo pensando en vos, negro”, un honrado homenaje a Louis Armstrong.
Para esos años se casó con Elena Goriza Vuattone, la hermana de Nelly Omar. El matrimonio duró lo que un suspiro. Vivir con Centeya no debe haber sido fácil para ninguna mujer. La bohemia, el cafetín, la noche, la mesa de amigos hasta la madrugada, las charlas interminables en las redacciones de los diarios y revistas no se compadecen con el matrimonio. 

Según se sabe nunca reincidió.
Los libros publicados ya con el nombre de Julián Centeya fueron “La musa mistonga”, editado en 1964; “La musa de barro” que fue presentado por la escritora Martha Lynch y “La musa maleva” que salió a la calle en 1978, cuando él ya hacía cuatro años que estaba muerto. Son poemas que no merecerían calificarse de lunfardos, más allá de que el lunfardo esté presente. En 1971 publicó su única novela : “El vaciadero”.

Centeya pertenece por filiación literaria a la escuela de Boedo, pero no sería correcto encuadrar a un personaje jae como él en una determinada escuela o tradición. Otros críticos han intentado relacionarlo con Carlos de la Púa, el “Malevo Muñoz”, autor de la famosa “Crencha engrasada”. Puede que la relación sea legítima porque los dos amaban a la ciudad y al tango, pero desde el punto de vista literario no nos dice nada.

Curiosamente, un tipo que parecía vivir en la calle, escribió mucho y trabajó mucho. Fue redactor de “Crítica “ y “El Mundo”. En Radio Colonia condujo el programa “En una esquina cualquiera” y en Radio Argentina condujo “Desde una esquina del tiempo”. A mediados de los sesenta llegó a la televisión: “Tarde... ahora que estoy flaco y fulero”, dijo a modo de presentación. En la radio y la televisión glosaba, como se decía entonces, las letras de los tangos. Su voz era una marca registrada. Y una garantía.

Escribió algunos tangos que merecen recordarse. En 1942 nació “Claudinette” musicalizado por Enrique Delfino y que Héctor Mauré grabó en julio de 1959. “Ausencia de tus manos en mis manos, ausencia de tu voz que ya no está...”. Es muy bueno, es un poema refinado, que evoca los mejores poemas de Homero Expósito. En 1944 escribió “La vi llegar”, con música de Enrique Francini. El tango fue grabado en el sello Odeón por la orquesta de Miguel Caló y ese gran cantor que fue Raúl Iriarte, en abril de 1944. “La vi llegar, caricia de su mano breve. La vi llegar....¡alondra que azotó la nieve...”. De la “Milonga a Julián Centeya” hay una muy buena versión de Alberto Podestá. Tres tangos famosos, los dos primeros de excelente factura poética.

Después menudearon las presentaciones recitando poemas. De él y de otros. “Cortada de Carabelas” de Carlos de la Pua o “Ramayón” de Homero Manzi son piezas antológicas que todo tanguero debe saber escuchar. No es fácil dar con sus libros, pero sus poemas se han reeditado y están en las disquerías. No en todas, pero están. Hay que escucharlo hablar a Centeya, escucharlo a hablar para saber cómo hablaba un hombre de la noche, un caminante de la ciudad. O un guapo de aquellos años.

Centeya se fue “una noche de descuido” de 1974. Estaba solo. Mejor dicho, la única compañía era el médico. A él le dirigió las últimas palabras. “Tordo: a usted que lo aprecio tanto, le dejo el triste recuerdo de ser el último que apretó mi mano. Gracias y perdón”.

El Litoral.com  06’08’2011